jueves, mayo 18

Un amor libertario



Leona y Andrés

Lo primero que se le viene a una a la cabeza ante el nombre de Leona Vicario es un hongo gris en el cielo, formado por los fuegos que consumen la selva de este litoral cada año. Es aquí, en Leona Vicario, un poblado de ejidatarios mayas, donde se originan las catástrofes incendiarias, una concatenación ígnea que destruye todo lo que alcanza y congestiona el aire haciéndolo opaco y nebuloso.
Si dijéramos que Leona Vicario está en el corazón de Quintana Roo estaríamos en lo cierto. Para hacer comprensible esta idea baste con saber que este estado hace honor a Andrés Quintana Roo, un poeta que se enamoró de una joven cuando estudiaba leyes y que este amor prohibido (como sucede en los romances clásicos) lo condujo a desear con un ímpetu desenfrenado a la mujer a la que estaría unido aun en la cripta: Andrés amó a Leona, se casaron, tuvieron familia. Ella murió y fue enterrada en la Rotonda de los Hombres Ilustres en la Ciudad de México. Nueve años después, cuando él falleció, fue sepultado al lado de Leona.
Poco se sabe de Andrés Quintana Roo, mucho menos de Leona Vicario Fernández de San Salvador. Por eso, esta vez quisiera rescatar del pasado a un amor alentado por las viscisitudes históricas y por el idealismo a ultranza que condujo a México rumbo a su devenir histórico.
En una época en que los abusos contra los indios era el pan y la tortilla de cada día, a estos dos se les hacía tarde para buscar una manera de cambiar las cosas.
Deshacerse del poder monárquico, de los atropellos endorsados por el linaje y los privilegios se convirtió en consigna. Los ojos de Andrés brillaban cuando hablaba de la independencia, del mundo perfecto para los mexicanos, y Leona asentía frotándole las manos, sentados los dos en una banca del parque universitario, la más lejana y perdida bajo las frondas de los ahuehuetes, pues Leona no quería ser avistada con Andrés, que no se enteraran en su casa, que no lo supiera su tío, el hombre que se encargaba de administrar una fortuna que al quedar huérfana le estaba destinada.
Cuando regresa a la casa del tío, Leona todavía trae un olor fuerte impregnado en el cuello, y eso la aterroriza, pues cree que todo mundo ya se ha dado cuenta. No solamente está enamorada, también tiene ideas que ahora comparte con el hombre que la ha dejado sin aliento. Trae en su vientre el tacto de un fuego reciente que le quema como un hierro, y en la cabeza solamente una idea: hacer que México sea independiente, Leona, ah, mujer de barro y lumbre, de rugido y estepa, Andrés, mi querido Andrés, vuelo contigo, bajo las alas de esa libertad que te acompaña en el pensamiento y en el espíritu, tú y yo somos el arado y el buey, el protón y el neutrón, la mano y el beso, todo.
Imposible que te cases con él, le dice el tío, quien ve en Andrés un aliado del diablo, un cazafortunas, un depredador de apellidos, una amenaza para la ilustrísima corona que ha favorecido las arcas de la familia por todos estos años, si no fuera por el virrey y la noble España, madre de todas las buenas costumbres, davidosa y virtuosa como una virgen, No hija, ese hombre no es para ti, y sabes muy bien que tu padre diría lo mismo si estuviera presente, un poeta jamás será un buen marido, especialmente cuando se ha confabulado con los revoltosos de la insurrección, dónde iremos a parar, dios mío, con esta gente.
Leona sufre la separación, pues Andrés se enlista en el ejército rebelde y se va a luchar contra las huestes realistas.
La desdicha de Leona solamente se vería compensada con la venganza. Al tener libre acceso a su fortuna, destina fuertes sumas a la causa de los insurrectos. Asimismo envía mensajes y toda clase de ayuda. No le importa gastarse toda su herencia con tal de apoyar al amante que está en la línea de fuego. Ella también quiere estar en el mismo sitio y compartir con él las andanzas y sus calamidades, Sí, Andrés, todo por México, por ti y por mí.
Detesta al tío y la casa donde ha vivido aburrida como una princesa solitaria. El tío se entera de las actividades ilícitas de su sobrina y para castigarla la manda a encerrar en un convento, Eso la hará recuperar la cordura, pero qué se ha creído esta tonta, por dios santo.
Ella vive en calidad de presa en la penumbra de una celda, Ay dios mío, dónde estará Andrés, hasta que es rescatada por dos oficiales del ejército rebelde, quienes la disfrazan y la hacen que monte un burro con unos cueros llenos de pulque, Andele y no veltee pa’ atrás, píquele, doña. Así cruza la ciudad y escapa, Aquí voy Andrés, por fin estaremos juntos, hasta siempre cariño, hasta los días de un México libre, un indio sin yugo, un corazón sin grillete, hasta que el pájaro no tenga alas, ni el mar agua que bañe sus litorales. Siempre estaré contigo.

Cuando viajo rumbo a Cancún y paso por el poblado de Leona Vicario, con una mirada relámpago examino el cielo, esperando ver la nube de humo de los fuegos que incendian la tierra de Quintana Roo, año tras año

Oda a la Independencia
Por Andrés Quintana Roo.

“Renueva, oh musa, el victorioso aliento,
con que fiel de la patria al amor santo,
al fin glorioso de su acervo llanto
audaz predije en inspirado acento:
cuando más orgulloso
y con mentidos triunfos más ufanos
el ibero sañoso
tanto ¡ay! En la opresión cargó la mano,
que el Anáhuac vencido
contó por siempre a su coyunda uncido”.

Andrés Quintana Roo nació en Mérida, en 1787, e hizo la carrera de abogado en la Universidad Pontificia de México.
A su pluma se debe el manifiesto de Declaración de Independencia que lanzó a la nación al Congreso de Chilpancingo. Sirvió a la causa de Independenca con tesón y valentía, publicando periódicos y proclamas en las filas revolucionarias.
Al advenimiento de la República, Quintana Roo prestó valiosos servicios a México y murió el 15 de abril de 1851.
Leona Vicario Fernández de San Salvador, nació el 10 de abril de 1789 en la capital. Combatiente insurgente e informante, invitó a los mejores armeros vizcaínos a que se sumaran a la causa independentista, motivo suficiente para que la aprendieran y encerraran en el convento de Belém de las Mochas las fuerzas reales.
Fue la única hija de un español y una mexicana. Destinó toda su fortuna a una causa que ella consideró justa, y defendió sus ideales aún después de 1820, cuando la independencia estaba consumada.
El 24 de enero de 1842, a los 54 años de edad, en la casa de Santo Domingo, falleció a las nueve de la noche. El 28 de mayo de 1900 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres y, en 1925, al monumento del Ángel de la Independencia; donde reposa al lado de los demás caudillos de la guerra de independencia.
El nombre de Leona Vicario se encuentra escrito con letras de oro en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión. También hay una placa en la esquina de las calles de los Sepulcros de Santo Domingo (hoy República de Chile, esquina con Colombia), en el centro histórico de la Ciudad de México, cuya leyenda reza: “a los contemporáneos de la muerte de tan admirable y admirada [sic] mujer mexicana, la que sin titubeos, oportuna, sacrificó su fortuna para que fuera cierta la libertad de México”–0-.




martes, mayo 16

En el Día de la Madre


Han pasado los días, no sé cuántos y de regreso a esta página siento que han fueron muchos, que dentro de ese lapso, y así fue, pasó el día de las madres, sin mucho resonar para muchas mujeres que se quedaron esperando la llamada de un hijo al que se le olvidó por completo entre tanta jerga privada, ir y venir, entrar en una oficina y salir de la otra, marcar ese número que se sabe de memoria porque ha sido el mismo desde que tenía doce años, cuando llamaba, desde su habitación, a las amigas con las que soñaba y a los demás cuates con los que quería jugar futbol después de terminar las clases. El número no ha cambiado. La casa tampoco. Quizás ésta ha tenido unas manos de pintura en una temporada de remozamiento en la que gozó de un nuevo respiro ante la decrepitud de tiempo. Pero para la madre los años traen los cambios que hacen estragos como vientos huracanados, y cada año que pasa redobla éste su fuerza dejando secuelas difíciles de resarcir. Ella camina alrededor de la sala, frente al teléfono intacto y solitario que se mantiene en silencio.
El hijo no llamó, pero ella se refugió en la cocina y preparó su platillo favorito con hierbas de perejil y curry, un polvo rojo que se parece al chile pero cuyo aroma traspasa las fronteras del esternón y del alma. Entonces ella pensó que el día tenía cosas que ofrecerle aparte de un hijo ingrato que se olvida de tener madre, aun en un día en que todo mundo se apura por llevar un pastel, organizar una comida, escribir unas líneas de felicitación en una tarjeta de diez pesos o pasar por allí y dar un abrazo. Ella camina por la casa, se acerca a la ventana y ve el jardín con las flores que se asoman de la azotea hacia la calle respirando las gotas de las primeras lluvias. Ahora las flores y el curry le dan un sentido dierente a ese momento que podría ser dramático considerando la situación oscura en la que la soledad, considerada como abandono, suele poner a las personas. Ella abre un poco más ventana y siente la frescura de un aire límpido y escucha el trinar de los pájaros que saltan de rama en rama dejando al árbol vibrando como un diapasón, y se da cuenta que el día que todos celebran, este día que se asoma por la ventana, es también el día en que ella cantará como los pájaros que sin ningún motivo cantan, se abrirá como la flor ante la lluvia refrescante y se dejará penetrar por el viento que trae la brisa del mar.