sábado, agosto 18

BAJO EL INFLUJO DEL CAMPAY

Finalmente se vieron las caras. Y no que quisieran jugarse una broma, pero ya habían pasado meses comunicándose a través del Internet, enviándose mensajes que bien podrían semejarse a los sueños y fantasías y ya era hora de tomar conciencia de las energías y las formas, de verse a los ojos y escudriñarse el alma, todo eso que implica conocerse deveras.
Así que el encuentro fue ayer el el Hard Rock Café, un sitio de alfombras tintas y caobas oscuras, algo que podría semejarse al vestíbulo del Hotel California.
Al subir las escaleras es posible toparse con la cara cachetona de Louis Armstrong en una fotografía en blanco y negro, sujetando una corneta dorada con un pañuelo; con sus vigorosos dedos enarbolados sobre el metal y los ojos saltones por el fuellazo.
Mientras el rock caía en el hielo de un campay, los abrazos y las sorpresas se precipitaron en alguna región volcánica del alma. Kiss, besaba a Mafalda; Juan complacía a su pequeño y le daba giros sobre los hombros hasta caer uno, exhausto; el otro, tambaleante por el vértigo.
Al extremos de la fila de mesas Andrea buscó los ángulos para una nueva foto, al tiempo que la doctora recibía un beso escurridizo de su querido Enigma.
Rock, wind and fire. Madonna se encuentra frente a René, esperando que toque la guitarra para cantar en uno de los escenarios lanzados al techo mirando con esos ojos líquidos, custodiada por los escudos de un cerro de dólares.
Por el otro lado estaba Elvys Presley, todo fajado, esbozando una sonrisa de cortinas blancas, joven e inmortal, con una cara enmarcada por las legendarias y abundantes patillas estuvo guiñándole el ojo a la que siempre está poniendo en jaque al mundo, A poco tú eres Mafalda, Pregunta, Y tú quién eres, Somos parte de esa "cofradía", algo que en "línea" conecta y abraza, los blogueros de corazón, Otro campay, por favor y que siga la música-0-.




jueves, agosto 16

LA INFORMACION: UNA MONTAÑA INACCESIBLE



No obstante que los nuevos regímenes han alardeado afirmando haber abierto las puertas a la información y promovido la transparencia, veamos lo difícil que es el obtener información en las oficinas del gobierno.
En la elaboración de un reportaje sobre el agua había que llamar al titular del Sistema de Agua de la Ciudad de México. Su secretaria dijo con un eco rotundo, Aquí no damos información, tiene que ir a la oficina de comunicación social.
El domicilio de la oficina de comunicación social coincidía con un edificio colonial, vetusto, frente al Zócalo, toda una fortaleza, resguardado por un séquito de guardias de seguridad que exigían identificación. Después hubo que pasar a registrarse, abrir el bolso para que lo revisaran y pasar por un marco electrónico que sirve para detectar lo que la seguridad tanto teme encontrar.
Elevador, cuarto piso, oficina de comunicación social, Me presento, saco una de mis tarjetas de presentación, pido hablar con el titular, Tiene que registrarse, me dice una de las secretarias en un tono militar, y yo sin vacilar dije, Claro, donde hay que apuntarse, No, dijo la otra con prepotencia, Tiene que traer una carta de su medio, No tengo medio, dije, trabajo por mi cuenta, Pues de todas maneras tiene que traer una carta y si se le acepta pues entonces está registrada, Y el registro a qué te da derecho, A ver al jefe, Quién es el jefe, Pues el jefe de gobierno, Marcelo, respondió con impaciencia, como si fuera algo muy obvio que no hacía falta explicar, Pero si yo solamente quiero información sobre el agua, expliqué, Más tarde habrá un boletín, salieron a una gira, fueron a ver algunas obras de agua, A qué horas sale el boletín, No lo sabemos, en cuanto lleguen.
Esa fue la experiencia de ayer.
Además de la oficina de Comunicación Social del gobierno del D.F., las dos oficinas de información en el Palacio presidencial, a un costado, son meros galerones burocráticos, donde los jefes están más preocupados por mantener a alguien en la línea, hablar de una película o echarse un chascarrillo, que prestar un servicio.
Hay qué preguntarse cuánto es lo que le cuesta a la población el mantener todos estos regimientos inútiles, parapetados en escritorios de caoba, con sistemas de información –celulares y computadoras- estacionamiento privado, un séquito de secretarias, administradores y guardias; y todo el tiempo del mundo para limarse las uñas.
En cambio, mientras los senadores sesionaban en la Permanente la sala de prensa de Xicoténcatl estuvo ayer en efervescencia. Los camarógrafos subían y bajaban escaleras pasando de un piso a otro cargando sus lentes. El encargado, Héctor Rivera, extendía los últimos boletines detrás de una barra después de haberse peleado con fotocopiadoras y engrapadoras y los redactores escribían sus notas frente a los monitores apostados a los muros de la sala.
Fracasé con el tema del agua ayer, empero la experiencia con las oficinas de comunicación social fue reveladora-0-.

miércoles, agosto 15

ANGELES ENCARNADOS



Eleonaí y Donají (Mafalda).









Yunven Galván y compañero del café Starbucks Alameda.
tuopinion@starbucks.com.mx
Uno de los instrumentos más valiosos que tengo, aparte de una efectivísima lap top, es una olympus digital que me ha acompañado en mis más recientes andanzas de una manera estoica, como un pequeño soldado infalible.
Este equipo se ha convertido en el arsenal bélico con que he ganado pequeñas batallas en el campo reporteril. Ahora, encontrándome en una contienda por ganar unos cuantos pesos, se presenta ante mí tan valioso como los brazos o las manos.
Por eso es que ayer -que entendí que había perdido la olympus- sentí que alguien había venido con un machete y me había mutilado. La cámara estaba en la bolsa que creí robada mientras conversaba en un café con el príncipe Eleonaí -viajesdeeleonai.blogspot.com- y la princesa Donají -fueradelaimaginacion.blogspot.com- ambos blogueros e ilustres profesionales. Ellos, sin anticiparlo ni prevenirlo, ayer se declararon campeones en el rescate y la solidaridad.
Tan pronto como afirmé convencida, Me la robaron, Donají ofreció llevarme en su carro a que hiciera las diligencias para cancelar la tarjeta de crédito. Eleonaí abrió su centro de inteligencia y su teléfono celular para darle paso a una llamada salvadora: - Aquí está la bolsa, la tenemos, alguien de las mesas la reportó.
Era la empleada de la cafetería Starbucks.
Fue insólito haber recuperado la bolsa en la metrópoli del saqueo, en una ciudad calificada como una olla hirviente, capaz de explotar y dejar en huesos a la humanidad, cosa terrible y extremadamente peligrosa.
En el café yo había pontificado: -A pesar de ser considerada peligrosa, esta ciudad no lo es tanto como las de Estados Unidos, donde los asesinos en serie andan sueltos.
Cuarenta minutos después estaba diciendo: -Pinche ciudad de mierda.
En la cafetería los tres amigos hablamos de lo que es vivir en el extranjero, de medicina y lo estricto de las reglas gringas para con los médicos mexicanos; de la política mexicana, de los frustrados e ineptos izquierdistas. Nos sorprendimos de haber tolerado un presidente como Vicente Fox durante tanto tiempo. Teorizamos sobre los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Pero lo mejor vino después: cuando empecé a buscar mi bolsa para tomar fotos y no la vi por ningún lado.
Eleonaí y Donají urdieron, sin pérdida de tiempo, todo un plan de salvamento, Tienes que reportar tu tarjeta, me dijeron. Y su ayuda me mantuvo tranquila y más o menos de buen humor. Media hora más tarde hicimos una parada en el Sanborns El Chopo. Con el sabor de la cerveza oscura en la boca Donají dijo: “Desde que salió la advertencia en la tele, nadie deja las bolsas colgadas en el respaldo de la silla… esta ciudad es así, te tenía que pasar”. Después el celular de Eleonaí sonó, hubo un silencio abismal y él respondió: “sí, si la conozco, en 50 minutos vamos por ella (por la bolsa)”.
La chica de la cafetería, Yunvén Galván, había hecho una deducción al tono de Sherlock Holmes: sonó el celular, voy a regresar la llamada.
El príncipe inteligente marcó mi número desde su portátil.
Este proceso de salvación incluyó manejar en la tarde de un lunes por el centro, zigzagueando entre un tráfico demente. Los dos amigos ofrecieron sus teléfonos y hubo varios intentos por ambos lados al reportar la tarjeta, Hay que reportar el número, No lo sé de memoría –respondí- lo tengo registrado en el estado de cuenta, en mi cuarto.
El incidente llevó a los comisionados reales a conocer lo que ahora es mi residencia: un minúsculo cuarto dentro en un caserón antiguo de tres pisos, donde los baños y sanitarios se comparten. Para llegar a mi habitación hay que subir y bajar escaleras, pasar por un pequeño pasillo oscuro y hediondo. Para colmos ayer alguien barrió su habitación y dejó a la pasada un cerro de polvo y pelos. El buen espíritu de Donají se mantuvo. Sin embargo para mi amigo Eleonaí el hospedaje rancio en el que me encuentro debió haber sido toda una sorpresa. Ni modo, amigo, eso pasa cuando una decide pagar el precio de la vocación y la libertad.
Este final feliz cerró con el comienzo a un pasaje fantástico, donde la pintura abraza, en un juego amoroso y sabio, la literatura. Me refiero a la novela Atlas descrito por el cielo, editada por Sexto Piso, de Goran Petrovic, un escritor serbio que trabaja como bibliotecario en el monasterio de Zica.
Cuando (la princesa) Donají extendió sus brazos con el libro en la mano diciendo: “te lo presto”, yo no entendí su entusiasmo por un autor cuyo nombre me sonó tan frío y distante como la fórmula de un laboratorio. Ahora lo entiendo. Gracias, Donají. Las letras de Petrovic son de una belleza vasta y aterradora. Lo relaciono con Borges en el sentido de la fantasía, y en que ambos poseen un caudal vasto y armonioso en el lenguaje-0-.