martes, diciembre 26

DUELO DE TITANES EN EL TASTE LA PALOMA































Por Avelina Rojas.

Los Mochis, Sin.- El programa de las carreras de caballos se llevó a cabo en la algarabía que ofreció la tarde invernal de un diciembre navideño. Una de las mejores carreras fue la que ofreció la yegua La Cachora que se vio rebasada en las últimas milésimas de segundos por El Varón, en una carrera de 260 metros, en el taste La Paloma.
Fue un espectáculo fustigado por los vientos del norte, por lo que sólo las almas desprevenidas, muertas de frío, estuvieron circulando a salto de mata entre graderías y pasillos.
De las ocho carrerras, las cuatro primeras mantuvieron una emoción en crescendo en la barandilla de las apuestas.
En el área del cabestro el Corsario caminó con parsimonia disfrutando su triunfo ante El Puma, después de una carrera de 150 metros, 15 minutos antes de las cinco de la tarde, cuando el triunfo lo definió un tramo de distancia tan dimunuto como el de media cabeza.
Una euforia latente estalló cuando los colosales traspasaron la meta y se fueron de largo siguiendo hasta el final de la línea. El Cacayaco, de la cuadra de Choix, llegó con las pezuñas en vuelo rebasando la línea de los 250 metros dejando a El Halcón unos centimetros atrás. El trinfo fue inobjetable y los apostadores comenzaron de nuevo a medir su suerte con la siguiente carrera.
La derrota de El Diferente, de la cuadra Cieneguita de Guamuchil, arrojó el pasmo en la barandilla, ya que las apuestas se concentraron a su favor. La sorpresa la dio El Juvenil, de la cuadra de Choix, demostrando su nervio y fuerza al aventarse en duelo en una salida de 15 segundos, entrando al carril con una velocidad relampagueante para comerse un tramo de 225 metros.
Durante esta presentación de campeones la cámara fotógrafica jugó un papel importante en la decisión de los triunfos. El Varón, de la crianza de Choix, le sacó a La Cachora por los hoyares en una carrera de 260 metros. Unos momentos antes los dos animales habían salido de las puertas a los 20 segundos y corrieron por los carriles como verdaderos centauros.
Al fondo de la expladana del taste, el cuarteto de La Comarca Sierreña cantó sus corridos mientras los nobles, bajo el comando de los jinetes aficionados, bailaban con garbo y placer.
Poco después la oscuridad le ganó al día y el sol se fue a dormir. Unos minutos antes de la carrera, los caballos caminaron refulgiendo como estrellas bajo la luz de los reflectores. La electricidad, a las seis de la tarde, empezó a darle vida a un universo nuevo, ceñido por carriles, victorias y derrotas.
En la barandilla de las apuestas los intrépidos del dinero se mantenían en vilo. Los billetes relucían en el fragor de los duelos, mientras los bellos ejemplares, con sus crines limpias y sus pieles lustrosas, se presentaban ante un público entusiasmado por el espectáculo.
El preámbulo del fandago ecuestre se redoblaba en el taste. La música, la bebida y el dinero diseñaron el contorno de una escaramuza de velocidad y pericia. Los caballos estaban a la par. La victoria solamente la definía un error minúsculo del jinete, o el nerviosismo del animal.
Cuando el Tejoncito de Los Torres corrió la de 200 metros, fue como ver un vendaval desplazarse sobre el carril, sacándole a La Rose una ventaja considerable y dejando en claro un triunfo evidente. El Tejoncito comprobó la casta imperial en el deporte de los hipódromos y tributó a sus admiradores la ganancia de las apuestas.
Una vez más la música de La Comarca Sierreña alegró el ambiente bullicioso. Al fondo el sauce y la palma se mecían con gracia.
Los caballos hicieron otro rondín por los carriles enamorando al público y calentando los músculos para la siguiente carrera. Por los altavoces el animador invitaba a tirarle a la suerte, y la cámara se preparaba de nuevo para registrar la minucia de la llegada a la meta. La tómbola, bajo las graderías, giraba con la canica del azar en su interior y el número de la suerte en la boca que lo anunciaba.
No hubo un centímetro de piso que no estuviera sembrado con latas de cerveza, cáscaras de cacahuates y colillas de cigarros, único indicio, al día siguiente, del tremendo fandango, cuando el deporte y el placer bailaron en la tarde del sábado 23, sometiéndose a una velada marcada por rachas polares y ánimos candentes -0-.