sábado, marzo 10

Tallereando con García Márquez


Imagen del Centro Internacional de Guionismo, www.escuelacine.com




Muchas veces me he cuestionado sobre la necesidad de los talleres literarios, si realmente el escritor nace o se hace. Pues bien, algo que podría satisfacer mis preguntas está en el libro que publicó Gabriel García Márquez, La Bendita Manía de Contar.
El escritor colombiano dice padecer una "obsesión" por relatar historias, es una "manía" con la que ha crecido, él mismo se cuestiona si acaso es posible que las obsesiones no se enseñen, o las manías se transmitan.

Hay personas que nacen con talentos avasalladores que es casi imposible esquivarlos. García Márquez se estaba muriendo por desarrollar eso que traía "entre manos", que era la manía de contar historias. De acuerdo a su experiencia, manifiesta, que es de dudarse que la cepa de escritor sea algo que se consiga en las aulas de una escuela, se nace con ese talento. Sin embargo, en la vida casi todas las personas nos encontramos, en un momento dado, con la necesidad o el gusto de contar, y por ello el saber cómo hacerlo resulta vital.

Así como a Gabo, a mí también me ha tocado estar con aquellos que tienen un don natural de contar, y cualquier anécdota, por más trivial que parezca en su estado natural, a través de sus bocas adquiere dimensiones de tallas sorprendentes. Sin embargo, esas mismas personas suelen ser incapaces de poner en letra lo que con tanta maestría han expresado por via oral. Hé aquí la importancia de aprender a escribir, por ello habrá que suponer que la narrativa requiere de las dos partes: la creatividad para captar la historia y la capacidad de transmitir con ese sorprendente impacto a través de la palabra escrita.

La literatura en sí, es un vastísimo vecindario con muchas callejuelas. No se aprende a escribir en una escuela, ni en la universidad, ya que el oficio de la tecla difiere de la teoría, "En una cátedra de literatura con un señor allá arriba soltando un imperturbable rollo teórico, no se aprenden los secretos del escritor", dice García Márquez, "el único modo de aprenderlos es leyendo y tabajando en taller".

En este libro queda claro que el proceso creativo tiene sus etapas y que si bien está rociado por las fragancias de la inspiración, también tiene implícita la técnica de la confección. Stephen King menciona que cualquier narración debe tener una columna vertebral, y que a partir de ésta es que se van creando las escenas. Gabriel García Márquez está de acuerdo con tal aseveración.
El objetivo de hacer talleres no es para escribir precisamente, dice Gabo, sino para armar las historias que se convertirán en un guión de película o de televisión. Todo el proceso, dice, debe comenzar por una acto simple y después ir desarrollando la trama hasta completarla.

En este taller salen a relucir diversas historias que ejemplifican una buena trama. Hay que ahondar en los clásicos griegos, específicamente Edipo; leer con detenimiento a El Chacal, que sirvió como base de la película sobre el (ficticio) asesinato del general De Gaulle; habrá que ver con detemiento Fresa y Chocolate y detener el video en las escenas que nos enseñan algo.

García Márquez precisa que el texto para guiones es diferente al de la novela o el cuento, los guionistas trabajan en función de escenas y movimientos, mientras que el novelista suele tener otra perspectiva.
"La bendita manía de contar recoge, junto con Como se cuenta y cuento y Me alquilo para soñar, la experiencia del taller de cine coordinado por el premio Nobel de literatura", especifica la contraportada.
Ni Gabo ni los talleristas se imaginan todo lo que me ha ayudado este pequeño librito.



lunes, marzo 5

En la línea de fuego


Avelina Rojas

La destreza de James Douglas lo había convertido en un soldado cotizado, además, era considerado un mercenario profesional, meticuloso en su trabajo. Tenía un instinto gatuno para evadir la muerte, también había aprendido a evitar las dificultades que se suscitaban entre los soldados de la tropa cuando las envidias o la desesperación los hacía pelear entre ellos. En el fondo creía que esa era una guerra absurda, sin embargo concluyó, Eso que diablos me importa, yo con que haga mi trabajo y listo.
En sus ratos de esparcimiento platicaba con un indio yaqui y después en las noches soñaba con regresar a Wisconsin y ver a la novia que le había suplicado hasta el cansancio sentar cabeza, quedarse con ella, buscar un trabajo de ocho a dos y ser el padre de su prole. Tenía planeado buscar a la mujer menudita, hermosa y buena. Pudo haberse alistado con los federales, como Warwick y Niels lo hicieron, pero le agradó la camaradería de los revolucionarios.
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domingo, marzo 4

El castigo de Fidencio


Historias Mexicanas
Por Avelina Rojas

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Bajo la luz de la lumbre, la cara de Findencio era la de un maldito. Estaba alerta aun durmiendo, y cuando sonreía uno no sabía si se estaba burlando o si deveras estaba contento. Yo podía darme cuenta cuánto gozaba al enfriar al enemigo, tirotearlo frente a un paredón o colgarlo bajo las ramas de un árbol y eso me enojaba un poco.


Por orden de mi general Raygoza llegamos a Los Huizaches, una hacienda que daba miedo por estar maldita. Desde lejos no vimos ni un alma y llegamos a paso tranquilo, pero algo me decía que las cosas no estaban bien, de esa hacienda nunca salía nada bueno y mi corazonada se cumplió.

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