miércoles, agosto 15

ANGELES ENCARNADOS



Eleonaí y Donají (Mafalda).









Yunven Galván y compañero del café Starbucks Alameda.
tuopinion@starbucks.com.mx
Uno de los instrumentos más valiosos que tengo, aparte de una efectivísima lap top, es una olympus digital que me ha acompañado en mis más recientes andanzas de una manera estoica, como un pequeño soldado infalible.
Este equipo se ha convertido en el arsenal bélico con que he ganado pequeñas batallas en el campo reporteril. Ahora, encontrándome en una contienda por ganar unos cuantos pesos, se presenta ante mí tan valioso como los brazos o las manos.
Por eso es que ayer -que entendí que había perdido la olympus- sentí que alguien había venido con un machete y me había mutilado. La cámara estaba en la bolsa que creí robada mientras conversaba en un café con el príncipe Eleonaí -viajesdeeleonai.blogspot.com- y la princesa Donají -fueradelaimaginacion.blogspot.com- ambos blogueros e ilustres profesionales. Ellos, sin anticiparlo ni prevenirlo, ayer se declararon campeones en el rescate y la solidaridad.
Tan pronto como afirmé convencida, Me la robaron, Donají ofreció llevarme en su carro a que hiciera las diligencias para cancelar la tarjeta de crédito. Eleonaí abrió su centro de inteligencia y su teléfono celular para darle paso a una llamada salvadora: - Aquí está la bolsa, la tenemos, alguien de las mesas la reportó.
Era la empleada de la cafetería Starbucks.
Fue insólito haber recuperado la bolsa en la metrópoli del saqueo, en una ciudad calificada como una olla hirviente, capaz de explotar y dejar en huesos a la humanidad, cosa terrible y extremadamente peligrosa.
En el café yo había pontificado: -A pesar de ser considerada peligrosa, esta ciudad no lo es tanto como las de Estados Unidos, donde los asesinos en serie andan sueltos.
Cuarenta minutos después estaba diciendo: -Pinche ciudad de mierda.
En la cafetería los tres amigos hablamos de lo que es vivir en el extranjero, de medicina y lo estricto de las reglas gringas para con los médicos mexicanos; de la política mexicana, de los frustrados e ineptos izquierdistas. Nos sorprendimos de haber tolerado un presidente como Vicente Fox durante tanto tiempo. Teorizamos sobre los trabajadores mexicanos en Estados Unidos. Pero lo mejor vino después: cuando empecé a buscar mi bolsa para tomar fotos y no la vi por ningún lado.
Eleonaí y Donají urdieron, sin pérdida de tiempo, todo un plan de salvamento, Tienes que reportar tu tarjeta, me dijeron. Y su ayuda me mantuvo tranquila y más o menos de buen humor. Media hora más tarde hicimos una parada en el Sanborns El Chopo. Con el sabor de la cerveza oscura en la boca Donají dijo: “Desde que salió la advertencia en la tele, nadie deja las bolsas colgadas en el respaldo de la silla… esta ciudad es así, te tenía que pasar”. Después el celular de Eleonaí sonó, hubo un silencio abismal y él respondió: “sí, si la conozco, en 50 minutos vamos por ella (por la bolsa)”.
La chica de la cafetería, Yunvén Galván, había hecho una deducción al tono de Sherlock Holmes: sonó el celular, voy a regresar la llamada.
El príncipe inteligente marcó mi número desde su portátil.
Este proceso de salvación incluyó manejar en la tarde de un lunes por el centro, zigzagueando entre un tráfico demente. Los dos amigos ofrecieron sus teléfonos y hubo varios intentos por ambos lados al reportar la tarjeta, Hay que reportar el número, No lo sé de memoría –respondí- lo tengo registrado en el estado de cuenta, en mi cuarto.
El incidente llevó a los comisionados reales a conocer lo que ahora es mi residencia: un minúsculo cuarto dentro en un caserón antiguo de tres pisos, donde los baños y sanitarios se comparten. Para llegar a mi habitación hay que subir y bajar escaleras, pasar por un pequeño pasillo oscuro y hediondo. Para colmos ayer alguien barrió su habitación y dejó a la pasada un cerro de polvo y pelos. El buen espíritu de Donají se mantuvo. Sin embargo para mi amigo Eleonaí el hospedaje rancio en el que me encuentro debió haber sido toda una sorpresa. Ni modo, amigo, eso pasa cuando una decide pagar el precio de la vocación y la libertad.
Este final feliz cerró con el comienzo a un pasaje fantástico, donde la pintura abraza, en un juego amoroso y sabio, la literatura. Me refiero a la novela Atlas descrito por el cielo, editada por Sexto Piso, de Goran Petrovic, un escritor serbio que trabaja como bibliotecario en el monasterio de Zica.
Cuando (la princesa) Donají extendió sus brazos con el libro en la mano diciendo: “te lo presto”, yo no entendí su entusiasmo por un autor cuyo nombre me sonó tan frío y distante como la fórmula de un laboratorio. Ahora lo entiendo. Gracias, Donají. Las letras de Petrovic son de una belleza vasta y aterradora. Lo relaciono con Borges en el sentido de la fantasía, y en que ambos poseen un caudal vasto y armonioso en el lenguaje-0-.

5 comentarios:

Mafalda dijo...

.......

Auchhhhh.... no tiene usted nada que agradecer mija, se lo que es estar solapa en una ciudad que no es la de uno. Aquì estoy y estarè, y desde ese dìa tienes y tengo una nueva amiga.

Linda reseña, digna de un periodista-escritor, y que bueno que el libro haya sido de tu agrado.

Un besote tronado.

Mafalda

Anónimo dijo...

hola Avelina

Ante todo, celebro ese encuentro con los amigos. Lo demás es lo de menos.
Pasa y seguirá pasando.
Estás bien y es lo que cuenta.

Cuidate mucho.

Peggy

Angeek dijo...

¡Vaya par de ángeles que te enviaron!
¿Qué he dicho? No, no fue un par, un trio!!! esa chica del starbuck merece una felicitación enorme

Coro dijo...

Y qué suertuda de estar allí con los príncipes y ellos contigo... y gracias por mostrarnos las fotos.

Me alegro saber de tus andanzas, ya las extrañaba...

De la que te estás librando (Mr. Dean que está por visitarnos), jajaja... ¿te acuerdas de Wilma?, pues haz changuitos para que no se le parezca.

Un besote

Anónimo dijo...

Hola Ave:

Tu crónica es realmente maravillosa. Sólo que no soy el que dices. Soy un ciudadano, como tod@s.

Aun con todo lo que pasó, estuvo interesante la charla.

Desde donde ando, te sigo leyendo. Demorado y no de color.