martes, mayo 16

En el Día de la Madre


Han pasado los días, no sé cuántos y de regreso a esta página siento que han fueron muchos, que dentro de ese lapso, y así fue, pasó el día de las madres, sin mucho resonar para muchas mujeres que se quedaron esperando la llamada de un hijo al que se le olvidó por completo entre tanta jerga privada, ir y venir, entrar en una oficina y salir de la otra, marcar ese número que se sabe de memoria porque ha sido el mismo desde que tenía doce años, cuando llamaba, desde su habitación, a las amigas con las que soñaba y a los demás cuates con los que quería jugar futbol después de terminar las clases. El número no ha cambiado. La casa tampoco. Quizás ésta ha tenido unas manos de pintura en una temporada de remozamiento en la que gozó de un nuevo respiro ante la decrepitud de tiempo. Pero para la madre los años traen los cambios que hacen estragos como vientos huracanados, y cada año que pasa redobla éste su fuerza dejando secuelas difíciles de resarcir. Ella camina alrededor de la sala, frente al teléfono intacto y solitario que se mantiene en silencio.
El hijo no llamó, pero ella se refugió en la cocina y preparó su platillo favorito con hierbas de perejil y curry, un polvo rojo que se parece al chile pero cuyo aroma traspasa las fronteras del esternón y del alma. Entonces ella pensó que el día tenía cosas que ofrecerle aparte de un hijo ingrato que se olvida de tener madre, aun en un día en que todo mundo se apura por llevar un pastel, organizar una comida, escribir unas líneas de felicitación en una tarjeta de diez pesos o pasar por allí y dar un abrazo. Ella camina por la casa, se acerca a la ventana y ve el jardín con las flores que se asoman de la azotea hacia la calle respirando las gotas de las primeras lluvias. Ahora las flores y el curry le dan un sentido dierente a ese momento que podría ser dramático considerando la situación oscura en la que la soledad, considerada como abandono, suele poner a las personas. Ella abre un poco más ventana y siente la frescura de un aire límpido y escucha el trinar de los pájaros que saltan de rama en rama dejando al árbol vibrando como un diapasón, y se da cuenta que el día que todos celebran, este día que se asoma por la ventana, es también el día en que ella cantará como los pájaros que sin ningún motivo cantan, se abrirá como la flor ante la lluvia refrescante y se dejará penetrar por el viento que trae la brisa del mar.

2 comentarios:

Eleonaí dijo...

Hola Martha:

Te fuiste de Xalapa y no te conocí, personalmente. Ahora empiezo a conocerte por lo que escribes.

Leí varios de tus post previos, lo haces con una extraordinaria narrativa. Esa estancia de noventa días en Xalapa. ¿Porqué mo te ví? o ¿si?

Martha Avelina Rojas dijo...

Gracias, quizás la próxima vez podamos compartir un poco del encanto de esta ciudad bella y romántica.
Un abrazo