El primer vapor dejó un último aliento
*Eran las primeras horas del día cuando ocurrió todo
Los Mochis, Sin.- Al recibir un manotazo de brisa Alejandro Apodaca olvidó por un instante sus congojas. Sus manos enguantadas sujetaban los controles con un ademán de caricia mientras el tren dejaba atrás las marismas de Topolobampo.
En una fracción de segundos pensó con optimismo en el fajo de la próxima quincena salarial. La mañana del 5 de diciembre la máquina 140 que operaba explotó en mil pedazos y los fragmentos cubrieron más de 20 metros de vía.
Algunos trozos de piernas y brazos mezclados con metal quemado fueron encontrados más allá, rumbo a los esteros resecos de la bahía. En la 140 también viajaban los garroteros Aniceto Luque y Jesús Gastélum; y el conductor Mariano Romero.
Alejandro Apodaca llevaba un paño rojo atado al cuello y una leontina de donde pendía un reloj que lucía con cierto orgullo. Esa mañana se despidió, desde la máquina, con un leve movimiento de manos. Se había asegurado que los contenedores de agua, ya vacíos, estuvieran sujetos a las paredes de los vagones, y hubo un momento en que lo vieron levantándose la gorra reglamentaria para rescarse la cabeza.
A todo mundo le dolió su muerte, pero fue más el pesar por la desaparición del nuevo tren que los trabajadores habían inagurado hacía apenas unas semanas con chiflidos entusiastas. La máquina 140 era la primera locomotora con que los colonos contaban para efectuar sus planes de trabajo.
Los moradores del recién fundado pueblo habían estado ambicionando, en 1949, establecer un medio de transporte que trajera las provisiones que entraban por el puerto de Topolobampo.
El arribo de la 140 causó una especie de desconcierto. Era una chatarra inservible a la que solamente se le podía mirar con desconsuelo. Sin embargo, Gabriel Ranao, Jesús Cruz, Rudy Ochoa y Lalo Carlón decidieron echarla a andar.
Después de meterla a un taller que llamaron “La Casa Redonda”, la 140 era objeto de orgullo para los ferrocarrileros que habían participado en su reconstrucción. También causó alegría en los comerciantes, desesperados por tener una sistema de transporte entre el puerto y el pueblo.
Eran días de apremio, en que los hombres trabajaban con una laboriosidad de hormiga ensamblando un ingenio para la molienda de la caña de azúcar, un proyecto ambicioso, bastión de desarrollo, ejecutado sin vacilación por el estadounidense, Benjamin Francis Johnston.
El jubilado ferrocarrilero, Juan Hubbard López, de 71 años, tiene los ojos iluminados por el recuerdo. Al evocar su trabajo como mozo en La Casa Redonda dice: “... fue algo que no sólo a mí me conmocionó, sino a todo el pueblo”–0-.
Los Mochis, Sin.- Al recibir un manotazo de brisa Alejandro Apodaca olvidó por un instante sus congojas. Sus manos enguantadas sujetaban los controles con un ademán de caricia mientras el tren dejaba atrás las marismas de Topolobampo.
En una fracción de segundos pensó con optimismo en el fajo de la próxima quincena salarial. La mañana del 5 de diciembre la máquina 140 que operaba explotó en mil pedazos y los fragmentos cubrieron más de 20 metros de vía.
Algunos trozos de piernas y brazos mezclados con metal quemado fueron encontrados más allá, rumbo a los esteros resecos de la bahía. En la 140 también viajaban los garroteros Aniceto Luque y Jesús Gastélum; y el conductor Mariano Romero.
Alejandro Apodaca llevaba un paño rojo atado al cuello y una leontina de donde pendía un reloj que lucía con cierto orgullo. Esa mañana se despidió, desde la máquina, con un leve movimiento de manos. Se había asegurado que los contenedores de agua, ya vacíos, estuvieran sujetos a las paredes de los vagones, y hubo un momento en que lo vieron levantándose la gorra reglamentaria para rescarse la cabeza.
A todo mundo le dolió su muerte, pero fue más el pesar por la desaparición del nuevo tren que los trabajadores habían inagurado hacía apenas unas semanas con chiflidos entusiastas. La máquina 140 era la primera locomotora con que los colonos contaban para efectuar sus planes de trabajo.
Los moradores del recién fundado pueblo habían estado ambicionando, en 1949, establecer un medio de transporte que trajera las provisiones que entraban por el puerto de Topolobampo.
El arribo de la 140 causó una especie de desconcierto. Era una chatarra inservible a la que solamente se le podía mirar con desconsuelo. Sin embargo, Gabriel Ranao, Jesús Cruz, Rudy Ochoa y Lalo Carlón decidieron echarla a andar.
Después de meterla a un taller que llamaron “La Casa Redonda”, la 140 era objeto de orgullo para los ferrocarrileros que habían participado en su reconstrucción. También causó alegría en los comerciantes, desesperados por tener una sistema de transporte entre el puerto y el pueblo.
Eran días de apremio, en que los hombres trabajaban con una laboriosidad de hormiga ensamblando un ingenio para la molienda de la caña de azúcar, un proyecto ambicioso, bastión de desarrollo, ejecutado sin vacilación por el estadounidense, Benjamin Francis Johnston.
El jubilado ferrocarrilero, Juan Hubbard López, de 71 años, tiene los ojos iluminados por el recuerdo. Al evocar su trabajo como mozo en La Casa Redonda dice: “... fue algo que no sólo a mí me conmocionó, sino a todo el pueblo”–0-.
1 comentario:
Hola Ave:
Cómo dirá el corrido, tal vez:
Máquina 140, la que corría pa´Topolabampo. Iva del puerto pa´l pueblo...
Por favor lee la carta...
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