domingo, abril 6

Sor Juana y el amor


Fernando Benítez en Los demonios en el convento describe las manifestacion eróticas de sacerdotes y monjas del siglo XVII que, junto los virreyes constituían la mayor influencia en México.

Nos da nociones del carácter que pudo haber tenido sor Juana Inés de la Cruz, y expone algunos de los versos con que la monja expresó sin tapujos retóricos el amor que sintió para la virreina, doña María Luisa, a quien le llama "Filis mía".

Para su tiempo la audacia de Sor Juana fue explosiva, pues era una época en que el Santo Oficio asesinaba en el nombre de Dios, y los curas mantenían una campaña de desprecio hacia las mujeres considerándolas portadoras del pecado sólo por ser mujeres.

La virreina visitaba el convento Jerónimo, donde estaba recluida Sor Juana y las dos mujeres, muy afines en sus gustos, edad y educación, platicaban leían versos, escuchaban música y reían.

Según este libro sor Juana se atrevió en una ocasión a organizar una fiesta para los virreyes, un acto audaz en un convento regido por normas estrictas, diseñado para la oración y la práctica de la austeridad. Esa vez hubo bailes, música y comida, y en este festejo la monja entrega a su amada condesa este poema:


"A la deidad más hermosa,

que únicamente divina,

viste rayos por adorno,

espumas por triunfos pisa;

a cuyos divinos ojos

para triunfar de las vidas,

pide prestadas Amor

las más penetrantes viras;

aquella deidad tan grande,

que Diosa de las provincias,

Gonzaga la admira Italia

Cerda la adora Castilla;

la manrique generosa,

que gloriosa multiplica

los timbres de su prosapia

con los triunfos de su vista;

la que naciendo en Europa,

pasó su luz matutina,

brillando estrella en italia,

a lucir sol en las Indias;

a eésta, pues, a quien las almas

adoran todas rendidas,

ya que no pueden con voces,

con el silencio la explican".


El autor asegura que sor Juana se consideraba a sí misma loca, "habla de un sacrificio puro de adoración a Lysi, aquí llamada Filis.

Por su parte, "la virreina le es tan fiel a su marido como sor Juana a sus votos de pureza. Pero la vehemencia y naturalidad de la religiosa tienden una trampa en la que muchos han caído. Los que saben de literatura le llaman poesía barroca, juego de opuestos, y los otros la confunden con un amor real.

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