Sor Juana y el amor
Fernando Benítez en Los demonios en el convento describe las manifestacion eróticas de sacerdotes y monjas del siglo XVII que, junto los virreyes constituían la mayor influencia en México.
Nos da nociones del carácter que pudo haber tenido sor Juana Inés de la Cruz, y expone algunos de los versos con que la monja expresó sin tapujos retóricos el amor que sintió para la virreina, doña María Luisa, a quien le llama "Filis mía".
Para su tiempo la audacia de Sor Juana fue explosiva, pues era una época en que el Santo Oficio asesinaba en el nombre de Dios, y los curas mantenían una campaña de desprecio hacia las mujeres considerándolas portadoras del pecado sólo por ser mujeres.
La virreina visitaba el convento Jerónimo, donde estaba recluida Sor Juana y las dos mujeres, muy afines en sus gustos, edad y educación, platicaban leían versos, escuchaban música y reían.
Según este libro sor Juana se atrevió en una ocasión a organizar una fiesta para los virreyes, un acto audaz en un convento regido por normas estrictas, diseñado para la oración y la práctica de la austeridad. Esa vez hubo bailes, música y comida, y en este festejo la monja entrega a su amada condesa este poema:
"A la deidad más hermosa,
que únicamente divina,
viste rayos por adorno,
espumas por triunfos pisa;
a cuyos divinos ojos
para triunfar de las vidas,
pide prestadas Amor
las más penetrantes viras;
aquella deidad tan grande,
que Diosa de las provincias,
Gonzaga la admira Italia
Cerda la adora Castilla;
la manrique generosa,
que gloriosa multiplica
los timbres de su prosapia
con los triunfos de su vista;
la que naciendo en Europa,
pasó su luz matutina,
brillando estrella en italia,
a lucir sol en las Indias;
a eésta, pues, a quien las almas
adoran todas rendidas,
ya que no pueden con voces,
con el silencio la explican".
El autor asegura que sor Juana se consideraba a sí misma loca, "habla de un sacrificio puro de adoración a Lysi, aquí llamada Filis.
Por su parte, "la virreina le es tan fiel a su marido como sor Juana a sus votos de pureza. Pero la vehemencia y naturalidad de la religiosa tienden una trampa en la que muchos han caído. Los que saben de literatura le llaman poesía barroca, juego de opuestos, y los otros la confunden con un amor real.
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