sábado, julio 29

Homenaje a Pamela Brooks

Playa del Carmen, Q. Roo.
Pamela Denise Brooks
Una de las artistas que más han maravillado el ojo humano es sin duda Pamela Brooks.
El pincel poderosos de esta pintora ha capturado los detalles del mundo cotidiano, del devenir en las calles, la sensualidad de los cuerpos y los rostros de quienes en un momento de hechizo encantaron a la pintora.
Su obra está en inmurables lienzos que ella guarda en su estudio, y sus murales en incontables restaurantes y discotecas.
Sin duda la más cotizada. Las casas de Playacar, la zona residencial más cara de esta ciudad, están decoradas con los murales de la Brooks.
Uno no puede dejar de impresionarse al recorrer con la vista las formas y los colores de sus pinturas. Después de 16 años de trabajo la artista dejado una obra lacrada con sudor y llanto, según sus propias palabras.

Dinero y Piolín.

PAMELA Y EL CIRCULO



Cuando pienso en Pamela no es un pensamiento largo ni denso, es una sensación de estar detrás de su respiración, verla tomar un pincel y detener su mirada en un lienzo, escrutando los detalles de su pintura.
Las plumas de De Niro son grandes, ostentosas, ocupan casi la mitad del cuadro. Pamela observa al gallo desde un punto donde puede admirar su fortaleza y su debilidad fundiéndolas en un sólo tiempo. Lo imagina con un pene erecto, con un prepucio terso, cálido y una punta roja, saliendo entre las alas con una capucha reluciente. Lo vislumbra entre juegos peligrosos, en palenques de media muerte, entre gritos y apuestas, y el desenlace sangriento y mugroso de un duelo mortal. Escucha que una pequeña vocecita sale de su pico, percibe esa mirada atónita, diciéndole: “ayúdame”. Pamela entonces lo rescata del piso, lo sujeta arropándolo con sus dos alas, y lo acurruca bajo su oreja. De Niro, todavía con una palpitación galopante, empieza a conocer la sensación de estar cerca del pecho de una mujer.
Otras veces, Pamela achica los ojos enchilados por el tabaco mientras contempla a De Niro caminando por el estudio, levantando una de sus patas como si temiera pisar brasas al rojo vivo. El gallo se pone de perfil. Otras, da un sesgo repentino y la mira con su ojo redondo y cristalino, sin parpadear un instante. Entonces Pamela abandona el cigarro en la esquina de un mueble de madera y empieza a pintar, mientras las cenizas caen al suelo.
“Necesito conocer bien a De Niro para poder pintarlo”, dice ella observando cada movimiento que hace el animal. Trata de penetrar en esa alma con pico y plumas, conocer sus desesperanzas, sus virtudes. Pronto el animal se abre, condesciende a los deseos de Pamela, se entrega a ella plenamente sin pedir nada a cambio. Solo quiere que las manos de ella lo acaricien y lo lleven hasta ese cuello blanco donde él se anida. Juntito a ella podrá tiritar de frío o de miedo, vaciarse, sentirse comprendido más allá de lo cotidiano. Sin darse cuenta que él solamente es un objeto de interés para el cuadro de Pamela.
Por su parte, Pamela combina su atención entre la pintura y el animal. Empieza a reproducir al gallo captando la belleza de sus plumas café, la elegancia de su andar, la intensidad de su mirada. Conforme va pintando, una sensación intensa la aprisiona, la conduce a un juego resbaladizo, la moja, la agita, la hace sudar. Entonces se emociona, y sus pinceladas son rápidas, precisas: “ya lo tengo, lo tengo”, murmura con una respiración entrecortada, como si fuera a venirse.
El cigarro se ha consumido y ha quedado una mancha negra y redonda sobre la superficie del mueble. Pero a ella parece no importarle. Camina en torno a la pintura examinándola. Ha olvidado que tiene un cigarro en combustión y prende otro. Le da un sorbo a una cerveza enlatada, se sienta de nuevo con una rodilla doblada, el cigarro entre los dedos y la ceniza cayendo en el suelo. Los colores, la perspectiva, una forma entrecortada en el lienzo que podría ser un capricho de la autora, también se vale.
A través de las ventanas del estudio se puede ver la polvadera que levantan los coches en una tarde de agosto, cuando el calor es agobiante y no ha llovido. En el estudio parece que las estaciones no existen. Hay un devenir plano del tiempo. Capturo a Pamela durante el desayuno, con una taza de café en la mano, sacudiéndose la resaca del día anterior, sin darle importancia a la maraña de pelo rubio que le tapa los ojos y el aliento pastoso que le hace chasquear la lengua. Un poco más tarde, Pamela está entre las plantas de su jardín, jalando raíces con sus manos desnudas y el sudor escurriéndole por el cuello. “¿Crees en el destino?”, me pregunta de pronto, como si se viera sacudida por un tremendo temor desconocido, sin orígenes. No espera a que yo le responda porque sabe perfectamente que no lo sé. Después parece suceder una tarde donde no existen más cosas que un gallo, cerveza, tabaco y una pintura.
Sus pantalones, manchados con diferentes colores, parecen el diseño de una moda especial, solamente para quienes se ríen del mundo. Sus manos son las de alguien quien las usa para trabajar: cuadradas y fuertes. Por lo general puedo encontrarla trepada en una escalera pintando un mural en una casa de ricos. Pero prefiere pintar lo que percibe con libertad, por eso —dice— pinta a De Niro. Y en el proceso hay una conexión inexplicable entre una mujer y un animal, una unión osmótica.
Desde un punto discreto del estudio, yo observo a Pamela. Quiero percibir la naturaleza de su arte, pero más que nada, quiero comprenderla como el personaje central de una historia inconclusa. Ella se ha dado cuenta de mis intenciones, que no alcanzan a ser literarias, si no es por ese soplo divino con que se viven los momentos.
Camina frente a mí sorbiendo la cerveza. Luego se sienta en esa silla de madera plana, antigua, como si no existiera la concepción del tiempo y tuviéramos toda la vida por delante, ¿la tenemos?
La dejo hablar sin interrupciones. Me cuenta cosas sobre su relación actual con el gallo. Sus ojos refulgen con una luz azul. La dejo desdoblarse, como una sábana blanca sobre una cama de madera labrada, mientras la ceniza de su cigarro sigue cayendo al suelo, y De Niro camina alrededor de la pintura penetrándose en él mismo con sus ojos atónitos, viéndose con un pene erecto. Gira el cuello con una rapidez alucinante y su mirada redonda queda frente a ella. Pamela puede ver en el lienzo un cordón umbilical que la une con el sexo de De Niro. El día languidece, y en el atardecer el cielo se ve magenta. Entonces, sin prisa y con bondad, Pamela, entre sorbo y sorbo de cerveza y una fumada y otra, toma el pincel, da otro trazo, y completa con un movimiento magistral un círculo donde quedamos encerrados los tres.




Mil Usos es una imagen inspirada en los trabajadores mayas de esta zona.








Las Brasitas es el nombre de una fonda de tacos al pastor en esta ciudad, ubicada en la avenida Constituyentes, donde Pamela le ha gustado ir a cenar. La artista, fascinada por estos lugares de tipo común ha querido expresar su encanto.




Las pinturas de Pamela son acuarelas, llenas de colorido y vigor. Su contenido refleja el mundo en su mínima expresión, los detalles que conforman el todo.

Si se habla de vida, para Brooks ésta significa viajar y explorar, conocer gente y aprender.
Si se trata de muerte, ella habla de Maine, un puerto pesquero al noreste de EU, donde a ella le gustaría que los pescadores arrojaran su cuerpo a las aguas del mar, es una costumbre en ese lugar, dijo.

El pasaporte de Pamela dice que es estadounidense. Sin embargo, su espíritu no reconoce fronteras y está deseoso de seguir volando por los cielos del arte y las marejadas de la vida-0-. Si quieres comunicarte con Pamela, puedes ecribirle a su correo pamela__brooks@hotmail.com

3 comentarios:

Eleonaí dijo...

Hola Ave:

Muy elocuente la descripción de la pintura y la manera de hacerla de Pamela.

Es extraordinario. Hoy estuve viendo pinturas. las que muestras de Pamela son impactantes.

Anónimo dijo...

Muchos piensan que Playa no tiene identidad, al leer este post pienso que tú y la pintora son las personas que están dándole esa identidad.
Linda la manera en que describes ese proceso creativo.

ana sofia dijo...

Saludos desde Nefaria y cielos depejados.