Xalapa, 5 de marzo, 06.
Avelina Rojas.
Periodismo y literatura.
Un domingo de parque
Hay de parques a parques. Por ejemplo, el que tiene Cortázar tras la ventana de su despacho cuando, leyendo, lo hace arrellanarse en el sofá e irse soltando poco a poco, conforme la trama de la historia se va desarrollando y el sujeto del cuchillo, en la búsqueda de un desenlace que él considera justo, llega hasta la puerta de la casa del lector. Sin tocar el timbre ni anunciarse, el sujeto entra sosegado y camina hasta percibir en el salón la respiración laxa del que lee. Sosteniendo con fuerza el puñal cruza el punto final, frontera del mundo circundante, y se adentra en tierra nueva, sembradío de mil posibilidades: asestará el golpe mortal sin remordimientos ni prejuicios y sobre la alfombra esparcirá, como tinta roja, las gotas densas de una libertad que, antes de morir el lector, estuvo agazapada. Todo ésto sucede tras arbustos y ramas secas de un parque que parece estar impreso en una postal sujeta con dos tachuelas al marco de la ventana del lector. A simple ojo de pájaro es posible percibir la densa actividad de los parques, especialmente cuando es domingo y las tremendas rabietas de los niños se presentan como una temible amenza si acaso la promesa de salir por el helado y el globo queda velada en la memoria de los padres.
Los sucesos golopan alrededor del ágora, mientras los pichones hacen piruetas bajo un cielo límpido y se atreven a bajar al suelo adoquinado sólo para comer el maíz de las palomitas, el arroz que ya aventaron los niños; para bañarse en el chorro de la fuente, o ejercer la danza con que cortejan a la hembra. Eventos en micro y macro se registran bajo la mirada adormilada de un domingo alertagado.
Por entre los arbustos trasquilados navega el olor que viene de los elotes humeantes, sumergidos todavía en el agua hirviente de una tina. Protagonistas de un ritual privado, las pavesas saltan -y ésto sólo se puede ver por la ventana del bracero- en una danza caprichosa bajo el hechizo de la música y el fuego presos en la panza de latón.
Esparcirá su voz el tañir de los bronces en las cúpulas, se pregunta el de la chaqueta de cuero quien camina con prisa rozando las gruesas ramas y las finas hojas de los setos, centinelas erguidos que apuntan sus fusiles hacia una iglesia abovedada.
El amante llegó temprano a esperar una cita que no se efectuará, revisará el reloj cada minuto y cuando llegue el tiempo de la resignación, se pondrá la cachucha y bajará la visera lo suficiente para ocultar la marisma de tristeza en que se han convertido sus ojos. Caminará con rumbo indefinido y, al bajar el útimo peldaño de la loma hermosa que besa la calle, una paz de indentidad nueva entrará por sus narices. Respirará profundamente y para sus adentros meditará en que, después de todo, el estar solo no es una enfermedad mortal.
Ya han corrido bastante, dice la mamá, preocupada por la mugre y la agitación extrema. Los niños, con una frivolidad innata, apuntan hacia el payaso quien se ríe con jocosidad profesional. El enano sopla en la boca de los globos ondeantes y éstos se ponen rígidos, como las manecillas de un reloj. Todo ésto sucede bajo las frondas de los vetustos y el calor de un sol que ya ha enrojecido más la cara del payaso y, perforado con la fuerza de sus rayos, los globos provocando el estallido de un petardo.
La mamá le paga al enano con unos cuantos pesos, quizás la última porción de una quincena mísera. Revisa el monedero, se da cuenta. Mientras, los pequeños han parado su trajín, enmudecidos por la brevedad de la dicha y acalorados por la agitación de un mundo aparte, sólo parecen reaccionar ante el grito primigenio: -Ya estuvo bueno. Vámonos. El cielo conjura nubes nuevas, las palomas se abrazan en sus nidos, las campanas cimbran en las vigas la última llamada, el sol se desvanece en el ocaso, las pérgolas muestran sus mundos circundantes y esta historia, como el cuento en una cama tierna, llega a un final feliz, en que los personajes parecen estar conformes: el payaso se ha ganado el pan del día; la mamá mira con alivio el lunes, que es de escuela. Y el amante suspira satisfecho pensando que la castidad, aunque sea a fuerzas, lo acerca un poquito más a Dios, y adiós -0-.
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Hace 2 años.
1 comentario:
Sencillamente fue como encender un puro, servirse un expreso cortado y dejarse inundar los oídos por una sonata de Beethoven... después, ver el parque a través de tus ojos.
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